La lógica indica que el mercado de divisas es un mercado global que negocia divisas para facilitar el flujo monetario derivado del comercio internacional y que sirva para mantener un buen estatus económico. Eso sucedería en un país normal sin corrupción.
En Argentina ocurre todo lo contrario y hoy la mayor parte de nuestra crisis económica está vinculada -de manera directa- a un modelo de transferencia de divisas gestado desde los resortes básicos de nuestra economía, que es por donde pasa el mayor flujo de dinero hacia el extranjero.
Esto sucede con el comercio exterior de nuestro país, donde algunas empresas con paquetes accionaros mayoritarios extranjeros, tales como: Bunge, Dreyfus, Cargil, COFCO, AGD o Vicentin (Glencore), monopolizan la mayor parte de los granos, la carne y los productos primarios para venderlos en el extranjero, obteniendo importantes ganancias que luego transfieren a sus casas matrices fuera del país.
Lo mismo sucede con los servicios públicos, el gas, el petróleo, la hidrovia y la banca, que –increíblemente- aún hoy tiene el “privilegio” de sostenerse bajo el régimen de la Ley de Entidades Financieras que data de la época de Martínez de Hoz.
También sucede lo mismo con la riqueza ictícola de nuestro depredado mar argentino, en donde las compañías pesqueras extranjeras se llevan más de 30 mil millones de dólares por año de manera indiscriminada, con pocos beneficios económicos para nuestro país y sin ningún control.